La Cumbre del Clima, cuya celebración estaba prevista el próximo mes de noviembre en Glasgow, se ha pospuesto hasta 2021, por la pandemia de COVID-19, la relación entre la pérdida de biodiversidad y la COVID-19, las lecciones que deja el confinamiento sobre el cambio climático o la amenaza de frenar la transición energética si no se atiende a la oportunidad de reconstruir la economía desde una perspectiva de modernizarla.
Secretaria General de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, Patricia Espinosa: “La COVID-19 es la amenaza más urgente a la que se enfrenta la humanidad hoy en día, pero no podemos olvidar que el cambio climático es la mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad a largo plazo”. “reprogramar la conferencia garantizará que todas las Partes puedan centrarse en las cuestiones que se debatirán en esta conferencia esencial, y dará más tiempo para que se lleven a cabo los preparativos necesarios”.
EQUO Cantabria considera que la emergencia sanitaria debe seguir siendo ahora, cuando se supere la crisis sanitaria, la prioridad mundial. El partido verde señala, sin embargo, que no debemos olvidar que la crisis climática es también una emergencia a cámara lenta y nos amenaza a todxs. Una emergencia fruto del injusto e insostenible modelo socioeconómico actual, cuya transformación urge abordar, para que crisis como la actual. o aún mayores, no se vuelvan a repetir. Hay que repensar nuestra relación con el medio natural ahora que hemos comprobado de una manera muy radical y extrema que nuestra salud depende de su salud. En concreto, diversos estudios han mostrado desde hace más de 15 años el importante papel protector que confiere la biodiversidad ante las zoonosis, es decir, ante enfermedades infecciosas de origen animal que, como COVID-19, acaban afectando al ser humano.
La coportavoz de EQUO Cantabria Dolores Póliz afirma que aunque “es entendible, por razones sanitarias como tantos y tantos actos, el aplazamiento de la cumbre climática COP26, ahora es necesario no perder la perspectiva de la emergencia climática. Aprendamos de la emergencia sanitaria para dar una respuesta correcta social, económica y ambiental a la emergencia del clima y, cuando superemos la crisis sanitaria, reconstruir este país y Europa en verde. Más que nunca necesitamos una transición ecológica y con justicia social.”
En la misma línea se ha pronunciado el también coportavoz de EQUO Cantabria Gabriel Moreno, quien ha señalado: “Lo primero es la salud, pero esto no puede suponer en ningún caso un retroceso en la acción climática. El COVID19 es un aviso. Tenemos que seguir escuchando a la ciencia y a los expertos científicos quienes nos están instando a actuar ya”. En este sentido, ha señalado que el Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC) que el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico ha enviado a Bruselas es muy insuficiente: “Para cumplir con el Acuerdo de París, el objetivo de reducción de CO2 para 2030 tendría que ser del 55% y no del 23%, como plantea el Gobierno. Es necesaria una mayor ambición climática”.
Nada más conocerse el anuncio, lamentaciones aparte, una de las preguntas que más se ha repetido es el hecho de por qué no se celebra telemáticamente. Sin embargo, como apunta Dolores Póliz, no es tan fácil. Optar por esta vía, sí se podría hacer de forma telemática las reuniones previas –previstas en especial a la Intersesional que se iba a celebrar en junio en la ciudad de Bonn y que parece ser se retrasará a octubre–, pero «como es habitual, han dejado todo para el final». «Íbamos a una cumbre en la que la diplomacia y la negociación en pasillos es fundamental. Ese pasillo fuerza a negociaciones incómodas, especialmente con los malos; si fuese telemáticamente tienen más posibilidades de escurrirse», explica.
Otra cuestión importante que queda en el aire, recuerda Gabriel Moreno, es el Acuerdo de París, el santo grial de las negociaciones climáticas. Este pacto histórico nació en la COP 21 con la intención de combatir el cambio climático y acelerar e intensificar las acciones y las inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono. El objetivo primordial: mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo por debajo de los 2 ˚C con respecto a los niveles preindustriales, poniendo especial empeño en limitar el aumento de la temperatura a 1,5 ˚C. «La respuesta a la crisis de la COVID-19 debe ser resiliente para nuestra salud y para el clima. El objetivo de los gobiernos ahora es cuidar a su ciudadanía, estabilizar y reconstruir, y deben hacerlo de una manera que generemos un mundo justo y seguro para el clima, porque la salud ambiental y nuestro propio bienestar son interdependientes».
La Unión Europea, cuyos líderes «deben cumplir sus promesas, y aprovechar este momento para garantizar que los fondos públicos se destinen al cuidado de las personas, a construir comunidades resilientes y a reducir las emisiones y otras formas de contaminación». «pronto, las economías se reiniciarán», lo que supone «una oportunidad para que las naciones se recuperen mejor, para incluir a los más vulnerables en esos planes, y una oportunidad para dar forma a la economía del siglo XXI de manera limpia, verde, saludable, justa, segura y más resistente».
Desde la declaración del estado de alarma el pasado 14 de marzo en los días que llevamos confinados, la demanda de combustibles para automoción ha caído, según CLH, en un 70% tras la parada de actividades no esenciales. Y la de carburantes para aviación en un 80%. Por su parte, la demanda eléctrica ha caído un 25%, según Red Eléctrica de España. En la demanda convencional de gas natural también hay cambios, aunque esto podría estar relacionado con la meteorología tan cambiante de estos días. En cualquier caso, si recordamos que las emisiones de CO2 del sector del transporte son un 27% del total, y las del sector eléctrico aproximadamente un 25%, estos cambios supondrían una reducción de un 25% en las emisiones de CO2 en España.
Primero, podemos, cuando toque empezar a inyectar dinero en la economía para recuperarnos de la recesión, asociar estas inversiones a criterios de crecimiento sostenible: inversiones en eficiencia energética, en renovables, en cambios urbanísticos o en procesos industriales más limpios. En general, cambiar nuestro modelo de desarrollo económico hacia otro menos dependiente del consumo energético y de materiales.
Segundo, podemos tratar de mantener algunos de los cambios de comportamiento a los que nos hemos visto obligados por el confinamiento. Pero, como decía antes, nuestra memoria es débil. Sería conveniente reforzar estos cambios con señales que nos hagan más difícil volver a las malas costumbres. Por ejemplo, aprovechar para encarecer los viajes en avión, o el uso del coche privado, y así tratar de consolidar el uso de las videoconferencias y el teletrabajo, o evitar el rebote en los viajes de ocio que vendrá ayudado por los bajos precios del petróleo. Eso sí, seamos realistas: muchas de las reducciones de movilidad no están asociadas a teletrabajo sino a desempleo forzoso. Y del teletrabajo real, solo una parte podrá mantenerse razonablemente. Así que no es de esperar que haya grandes mejoras en este ámbito.
Tercero, deberíamos aprovechar los movimientos solidarios y cívicos que se están generando para canalizar también actuaciones en materia ambiental, en oposición a muchas actitudes partidistas que estamos viendo en algunos de nuestros líderes políticos.
Creo que debemos actuar en estos tres ámbitos. Pero la clave estará en el primero.
La reconstrucción debería considerar también algunas lecciones que ha revelado la pandemia: la importancia de lo público, especialmente de los sistemas públicos de salud y de protección social, y la importancia de los cuidados, especialmente, aunque no solo, de las personas mayores, cada vez más numerosas, que han sido las principales víctimas mortales del COVID-19. Se trataría de reconstruir y actualizar las políticas de salud pública y los sistemas públicos sanitarios, debilitados en muchos países tras la crisis económica; así como de fortalecer los sistemas de protección social, como la protección al desempleo –que muy oportunamente podría llegar a convertirse en un sistema común europeo– y la garantía de ingresos mínimos para todas las personas, renovando el contenido protector de los Estados del bienestar hacia una protección más universal. La debida atención al pilar social europeo, tan relegado en los últimos tiempos, tendría que constituir una de las prioridades de la reconstrucción para promover el trabajo decente y reducir los desequilibrios europeos interregionales que se manifiestan entre países y en cada país. Se trataría también de establecer políticas efectivas de atención a la dependencia y de reorganización de los cuidados en nuestra sociedad –hoy basados en un sistema desigual de cuidados no remunerados realizados por principalmente mujeres– con políticas verdaderamente disruptivas que permitan reconocer, redistribuir, reducir y remunerar esos cuidados.
En este contexto, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, no sólo no quedan desfasados, sino que se convierten en herramientas de plena actualidad. Al fin y al cabo los ODS se orientan, entre otros, hacia disponer de sistemas de salud pública, enfrentar las enfermedades transmisibles y sus consecuencias, erradicar la pobreza, promover el trabajo decente y orientar los sistemas industriales y de transporte y el consumo hacia modelos sostenibles. Aquellos países que más orientados estaban hacia una senda de cumplimiento de los ODS y más cercanos a alcanzar dichos objetivos, mejores condiciones han tenido para hacer frente a la pandemia y mejores condiciones de reconstrucción tienen en estos momentos.
La reconstrucción de las economías para orientarlas hacia la sostenibilidad es una oportunidad que ni Europa, ni los demás países del mundo pueden dejar escapar. El diálogo social y los Objetivos de Desarrollo Sostenible que configuran la Agenda 2030 de Naciones Unidas son una buena guía, más necesaria que nunca, para resolver los desafíos de nuestro tiempo, tan incierto y tan convulso.
Se ha producido una reducción drástica de los niveles de contaminación atmosférica por dióxido de nitrógeno (NO2) en las principales ciudades españolas, reducción que se ha cuantificado en un 55 % de los niveles de contaminación habituales en estas fechas, durante la última década, en todas las ciudades analizadas, muy por debajo del valor límite y la guía anual de la OMS, cuando en las estaciones de tráfico, que es en donde más se ha notado, dicho umbral se supera frecuentemente, en el mes de marzo. La mortalidad atribuible por la exposición a corto plazo a las partículas, el dióxido de nitrógeno (NO2) y el ozono, por causas naturales, respiratorias y circulatorias, ascendería en conjunto en España a una media de 10.000 muertes anuales provoca cada año en España, según el Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Es un gas irritante que agrava las enfermedades respiratorias y merma la resistencia a las infecciones, por lo que su drástica reducción es una buena noticia, en el contexto de emergencia sanitaria actual. La crisis de la enfermedad COVID-19 demuestra que la reducción estructural del tráfico motorizado y los cambios en las pautas de movilidad son la mejor herramienta para rebajar la contaminación del aire en las ciudades.
Tabla 2. Variación de los niveles de NO2 en las ciudades evaluadas en el estudio:
Municipio Variación 2010-2020
- Tráfico Media Red
Santander (Bahía) -33% -57%